Para que este sea el nuevo siglo americano, necesitamos un presidente que responda la pregunta “¿cómo debemos liderar?” con claridad y consistencia. Marco será ese Presidente.
Me gustaría comenzar mi intervención de hoy citando el cierre de otro conjunto de observaciones-de un discurso que se hace eco a través de la historia debido a su proximidad a la tragedia, pero que se levanta con más fuerza, como un testimonio de la tradición bipartidista del fuerte liderazgo estadounidense.
En la mañana del 22 de noviembre de 1963, el Presidente John F. Kennedy habló en la Cámara de Comercio de Fort Worth sobre la necesidad de una América fuerte y activa, y terminó con estas palabras:
“Estoy seguro, cuando miro hacia el futuro, que nuestras posibilidades de seguridad, nuestras posibilidades de paz, son mejores de lo que han sido en el pasado. Y es porque somos más fuertes. Y esa fuerza es una determinación de mantener no sólo la paz, sino también los intereses vitales de los Estados Unidos. Con esa gran causa, Texas y los Estados Unidos están comprometidos”.
Estas fueron las últimas palabras del último discurso pronunciado por el Presidente Kennedy. Pero el compromiso de la fuerza de Estados Unidos de la que habló ha sobrevivido mucho después de él – a través de décadas, en ambos partidos- eventualmente llevando a su fin la Guerra Fría y en el surgimiento de Estados Unidos como la única superpotencia del mundo.
El Presidente Kennedy, como la mayoría de los Presidentes anteriores y posteriores, entendió lo que nuestro Presidente actual no: que la fuerza americana es una forma de prevenir la guerra, no de promoverla. Y esa debilidad, por el contrario, es la amiga del peligro y la enemiga de la paz.
Desde el fin de la Guerra Fría, las amenazas que enfrenta Estados Unidos han cambiado, pero la necesidad de fuerza no. Sólo ha crecido más la presión de esta necesidad en la medida que el mundo se ha vuelto más interconectado.
En las últimas décadas, la tecnología ha derribado las barreras de los viajes y el comercio, transformando nuestra economía nacional en una global. La prosperidad de nuestro pueblo ahora depende de su capacidad de interactuar con libertad y seguridad en el mercado internacional. La inestabilidad en el mundo puede afectar a las familias estadounidenses, casi tanto como la inestabilidad dentro de nuestra ciudad. Esto puede causar que el costo de vida aumente, o que industrias enteras pierdan empleos y se desmoronen.
Hoy, como nunca antes, la política exterior es la política interna.
Lamentablemente, el Presidente Obama no está de acuerdo con esa simple verdad. Entró en la oficina creyendo que Estados Unidos era demasiado duro con nuestros adversarios, que estaba demasiado involucrado en demasiados lugares, y que si tomábamos un paso atrás, y hacíamos un poco de “construcción nacional en casa” – cediendo así el liderazgo a otros países – Estados Unidos sería más aceptado y el mundo sería mejor.
Así que él no perdió tiempo en desvencijar las piezas del motor de la fuerza estadounidense. Promulgó cientos de miles de millones en recortes de defensa que han dejado a nuestro Ejército en los niveles previos a la Segunda Guerra Mundial, a nuestra Armada en los niveles previos a la Primera Guerra Mundial, y a nuestra Fuerza Aérea con la fuerza de combate más pequeña y más antigua de su historia.
Ha demostrado un desprecio por nuestra determinación moral rozando a veces el desdén. Criticó a América por ser “arrogante” y tener la audacia de “dictar nuestros términos” a otras naciones. Desde su restablecimiento de relaciones con Rusia, su mano abierta a Irán, y su apertura no correspondida a Cuba, ha abrazado regímenes que se oponen sistemáticamente a todos los principios que nuestra nación ha defendido siempre.
Este deterioro de nuestra fuerza física e ideológica ha conllevado un mundo mucho más peligroso que cuando el Presidente Obama asumió la presidencia.
Sólo en los dos últimos años, hemos visto una Rusia envalentonada invadir Ucrania. Hemos visto a ISIL precipitarse en múltiples Estados, cometer atrocidades brutales, y tratar de establecer un califato. Hemos visto una de las catástrofes humanitarias más devastadores de las últimas décadas, mientras cientos de miles de sirios han sido sacrificados por el capricho de un tirano. Hemos visto la mayor migración de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, creando inestabilidad en una región entera y poniendo a generaciones enteras en riesgo de radicalización. Hemos visto a China expandir rápidamente sus capacidades militares y tomar medidas agresivas en los mares de China del Sur y del Este. Hemos visto a Corea del Norte expandir su arsenal nuclear y continuar sus brutales violaciones de derechos humanos. Hemos visto ataques cibernéticos contra nuestros aliados y nuestra propia gente. Hemos visto manifestantes pacíficos enfrentados con violencia por sus gobiernos.
Y lo más amenazante de todo, hemos visto que Irán expande su influencia en todo el Medio Oriente y amenaza con aniquilar a Israel, mientras se acerca a tener capacidad para utilizar armas nucleares. La propuesta de acuerdo del Presidente con Teherán probablemente dará lugar a una cascada de proliferación del poderío nuclear en el Oriente Medio y podría obligar a Israel a tomar medidas enérgicas para defenderse, haciendo aún más probable la guerra con Irán. La desesperación del Presidente Obama por firmar un acuerdo – cualquier acuerdo – lo ha llevado a tener que sobreponer lo político a lo normativo, el legado al liderazgo, y a adversarios por encima de aliados.
Los posibles impactos de este acuerdo, junto con la desintegración más amplia del orden global, ponen de relieve una verdad que nunca debemos olvidar otra vez: Estados Unidos juega un papel en el escenario mundial para el que no hay suplente. Cuando no somos capaces de dirigir con fuerza y principios, ningún otro país, amigo o enemigo, está dispuesto o es capaz de tomar nuestro lugar. Y el resultado es el caos.
Creo que la responsabilidad de mantener la fuerza estadounidense radica en aceptar que somos los que tenemos que tomar las decisiones y reconocer nuestro liderazgo. Corresponde a nuestro próximo presidente corregir los errores cometidos por nuestro presidente actual. Corresponde a nuestro próximo presidente financiar adecuadamente y modernizar nuestras fuerzas armadas. Corresponde a nuestro próximo presidente restaurar la fe de nuestro pueblo en la promesa y el poder del ideal americano.
Simplemente no podemos darnos el lujo de elegir como nuestro próximo presidente a una de las principales agentes de la política exterior de este gobierno – una líder de ayer, cuyo mandato como Secretaria de Estado fue ineficaz en el mejor de los casos o peligroso y negligente, en el peor. Las apuestas del mañana son demasiado altas como para mirar hacia el liderazgo fallido de ayer.
Aunque Estados Unidos no tuvo la intención de convertirse en una potencia indispensable en el mundo, eso es exactamente en lo que nuestras libertades económicas y políticas nos han convertido. Las naciones libres del mundo todavía ven a Estados Unidos como ejemplo en la defensa de nuestros ideales compartidos. Naciones vulnerables todavía dependen de nosotros para disuadir la agresión de sus vecinos más poderosos. Pueblos oprimidos todavía vuelven sus ojos hacia nuestras costas, preguntándose si escuchamos sus gritos, preguntándose si nos damos cuenta de sus aflicciones. No podemos lograr la paz y la estabilidad por nuestra propia cuenta, pero el mundo no lo puede hacer sin nosotros. La pregunta que tenemos ante nosotros no es “¿debemos liderar?” sino “¿cómo debemos liderar?” ¿Qué principios deben regir el ejercicio de nuestro poder?
El siglo XXI requiere de un presidente que responda a esa pregunta con claridad y coherencia -uno que establezca una doctrina para el ejercicio de la influencia estadounidense en el mundo, y que se adhiera a esa doctrina con la devoción de principios que ha marcado la tradición bipartidista del liderazgo presidencial desde Truman a Kennedy a Reagan.
Hoy, tengo la intención de ofrecer tal doctrina. Y en los próximos años, tengo la intención de ser un presidente así.
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Mi doctrina de política exterior consiste en tres pilares.
La primera es la fuerza americana.
Esta es una idea que surge de una simple verdad: el mundo está en su punto más seguro cuando Estados Unidos está en su punto más fuerte. Cuando Estados Unidos tiene el ejército más poderoso, la Armada, la Fuerza Aérea, la Infantería de Marina, la Guardia Costera y la comunidad de inteligencia más poderosa en el mundo, el resultado es más paz, no más conflicto.
Para asegurar que nuestra fuerza nunca falle, siempre debemos planificar el futuro. Se necesita previsión para diseñar y muchos años para construir las capacidades que podemos necesitar en cualquier momento. Así que para restaurar la fuerza americana, mi primera prioridad será financiar adecuadamente a nuestros militares. Esto sería una prioridad incluso en tiempos de paz y estabilidad, aunque el mundo de hoy no es ni pacífico ni estable.
Para empezar, tenemos que deshacer el daño causado por el secuestro, que es por eso que he respaldado la recomendación del Grupo de Defensa Nacional de que “volvamos a la brevedad posible” a la línea de base del presupuesto presentada por el Secretario Gates en el año fiscal 2012.
Adecuadamente financiar lo militar nos permitirá no sólo crecer en nuestras fuerzas, sino también modernizarlas, lo que a su vez nos permitirá permanecer en la vanguardia en todos los ámbitos que se nos presenten – tierra, mar y aire, y además en el ciberespacio y el espacio exterior: los campos de batalla del siglo XXI.
A través de la modernización y la innovación, podemos asegurar que nunca enviamos a nuestras tropas en una lucha equitativa; sino que siempre van equipados para ganar. Y cuando lleguen a casa, vamos a estar tan firmemente comprometidos con su bienestar como ellos lo han estado con el nuestro.
Unas fuerzas armadas robustas significan también una comunidad de inteligencia fuerte, equipada con todo lo que se necesita para defender la patria del extremismo – tanto de cosecha propia como el formado en el extranjero. La clave de esto será extender permanentemente la Sección 215 de la Ley Patriota (Patriot Act). No podemos permitir que la política nuble la importancia de este tema. Nunca debemos encontrarnos a nosotros mismos mirando hacia atrás después de un ataque terrorista y diciendo qué más se podría haber hecho para salvar vidas estadounidenses.
Algunos argumentarán que, con todos los desafíos fiscales que enfrenta nuestra nación, simplemente no podemos darnos el lujo de invertir en nuestras fuerzas armadas. La verdad es que no podemos darnos el lujo de no invertir en ellas. Debemos recordar que el presupuesto de defensa no es el principal motor de nuestra deuda, y cada vez que tratamos de cortar un dólar de nuestros militares parece que nos cuestan varios más sólo para compensar el hecho. Esto se debe a que los éxitos de todas nuestras iniciativas dependen de la seguridad del pueblo estadounidense y de la estabilidad de la economía global.
Y eso me lleva al segundo pilar de mi doctrina, que es la protección de la economía estadounidense en un mundo globalizado.
Cuando se fundó Estados Unidos de América, se tardaba más de diez semanas para viajar a Europa. En el siglo XIX, la máquina de vapor cortó eso a alrededor de 12 días. En el siglo XX, el avión lo cortó a alrededor de 6 horas. Ahora, en el siglo XXI, se puede acceder a los mercados globales en un solo segundo, con sólo un toque en tu teléfono inteligente.
Millones de los mejores puestos de trabajo en este siglo dependerán del comercio internacional. Es más importante que nunca que el Congreso dé la Autoridad de Promoción Comercial del Presidente para que podamos finalizar el acuerdo de la Asociación Transpacífico y la Sociedad Transatlántica de Comercio e Inversión. Estos acuerdos crearán millones de puestos de trabajo y consolidarán alianzas estratégicas de Estados Unidos en Asia, América del Sur y Europa.
Aquellos como la Secretaria Clinton, que predican un mensaje de compromiso internacional y “poder inteligente”, pero que no están dispuestos a hacer frente a los intereses especiales y a apoyar el libre comercio, son o hipócritas o no alcanzan a comprender el papel del comercio como instrumento en el arte de gobernar que puede reforzar nuestras relaciones con socios comerciales y crear millones de empleos en Estados Unidos.
Como presidente, voy a utilizar el poder estadounidense para oponerme a cualquier violación de las aguas internacionales, el espacio aéreo, el ciberespacio, o el espacio exterior. Esto incluye la perturbación económica causada cuando un país invade otro, así como el caos causado por las interrupciones en cuellos de botella como el Mar de China del Sur o el Estrecho de Ormuz.
Rusia, China, Irán, o cualquier otra nación que intente bloquear el comercio global deberán esperar una respuesta de mi administración. En el pasado quedarán los días de debatir si un barco se encuentra en posición o si es nuestro lugar el de criticar el expansionismo territorial. En este siglo, las empresas deben tener la libertad para operar en todo el mundo con confianza.
El tercer pilar de mi doctrina es la claridad moral en relación con los valores fundacionales de Estados Unidos.
Debemos reconocer que nuestra nación es líder mundial no sólo porque tiene brazos superiores, sino porque tiene objetivos superiores. Estados Unidos es la primera potencia en la historia motivada por el deseo de ampliar la libertad en lugar de buscar ampliar su propio territorio.
En los últimos años, los ideales que han formado durante mucho tiempo la columna vertebral de la política exterior de Estados Unidos -una defensa apasionada de los derechos humanos, el fuerte apoyo a los principios democráticos y la protección de la soberanía de nuestros aliados- han sido sustituidos por la cautela, en el mejor de los casos, y en el peor, la voluntad absoluta de traicionar estos valores en beneficio de las negociaciones con regímenes represivos.
Esto no sólo es moralmente incorrecto, va en contra de nuestros intereses. Porque allí donde la libertad y el respeto a los derechos humanos se propagan, nacen socios para nuestra nación. Pero cada vez que nuestra política exterior se aleja de su propósito moral, se debilita la estabilidad mundial y se forman grietas en nuestra determinación nacional.
En este siglo, debemos restaurar la voluntad de Estados Unidos de pensar en grande -afirmar audazmente lo que representamos y por qué es correcto. Al igual que Reagan nunca se estremeció en sus críticas a las represiones políticas y económicas de la Unión Soviética, nunca debemos rehuir la exigencia que China permita la verdadera libertad para sus 1,3 millones de personas. Tampoco hay que dudar en llamar a la fuente de atrocidades en el Medio Oriente por su verdadero nombre – el Islam radical.
Como presidente, voy a apoyar la proliferación de la libertad económica y política, reforzar nuestras alianzas, enfrentar los esfuerzos de los grandes poderes que quieren subyugar a sus vecinos más pequeños, mantener un compromiso sólido para con los programas de asistencia extranjera transparentes y eficaces, y promover los derechos de las personas más vulnerables -incluyendo las mujeres y las minorías religiosas que están tan a menudo perseguidos- para que los pueblos afectados del mundo sepan la verdad: el pueblo estadounidense oye sus gritos, ve su sufrimiento, y sobre todo, desea su libertad.
Esos son los tres pilares de mi doctrina – fuerza americana, protección de nuestra economía global, y una defensa digna de los valores fundacionales de Estados Unidos.
Este enfoque va a restaurar el liderazgo estadounidense en un mundo que lo necesita grandemente. Será restablecer una política exterior basada en la estrategia y los principios en lugar de la política y de las encuestas –que sea supervisada por la Casa Blanca, pero no micro gestionada por ella, y que restaure el estatus de los Estados Unidos como una nación que da forma a los acontecimientos mundiales en lugar de tomar forma como resultado de ellos.
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Quiero permitir suficiente tiempo para discutir cómo esta visión funcionaría en la práctica. Así que permítanme cerrar con un pensamiento final.
El presidente de los Estados Unidos es llamado constantemente a tomar decisiones difíciles en la defensa de nuestra nación, y estas decisiones conllevan un costo mucho mayor que el dinero.
Mi mayor honor al servir en el Senado de Estados Unidos ha sido trabajar con nuestros hombres y mujeres militares, nuestros profesionales de inteligencia, nuestros diplomáticos y nuestros veteranos. He visto los enormes sacrificios que ellos y sus familias hacen, pero también he visto el tremendo impacto que esos sacrificios han tenido en el mundo.
He hablado con filipinos sobrevivientes del tifón que sabían que una compañía estadounidense en el horizonte significaba comida, agua, y la supervivencia.
He hablado con japoneses y surcoreanos que sabían que la presencia permanente de Estados Unidos permitió a sus naciones prosperar.
He hablado con europeos convencidos de que el papel de Estados Unidos como garante de seguridad había evitado los conflictos en lo que fue un continente bañado en sangre durante siglos.
He hablado con líderes empresariales estadounidenses que sabían que su capacidad para acceder a millones de clientes internacionales y crear miles de empleos domésticos ha dependido de la fuerza americana.
Y más personalmente, he visto cómo la libertad y la seguridad de Estados Unidos juegan un papel fundamental en la vida de mis padres, mis hijos… y la mía propia.
Pero cada vez más en los últimos años, también he conocido a gente frustrada por la dirección del liderazgo de Estados Unidos:
Disidentes cubanos devastados por las concesiones del presidente al régimen de Castro a cambio de nada … norcoreanos decepcionados por la renuencia de los Estados Unidos a hablar en contra de los gulags de hoy en día … árabes e israelíes preocupados por la indiferencia de Estados Unidos ante la creciente influencia de Irán … sirios aplastados porque Estados Unidos no pudo evitar que su país cayera en el caos … afganos preocupados porque Estados Unidos los abandonará como hizo en Irak … europeos preocupados por la retórica y las acciones belicosas de Rusia …Y muchos en nuestro propio pueblo, preocupados por su seguridad en un mundo cada vez más caótico.
De todas las funciones importantes de la presidencia, y hay muchas, proteger a nuestro pueblo y sus intereses, donde esos intereses se encuentren, es el más alto honor, la mayor carga, y el privilegio más profundo. El primer deber del presidente, como está escrito en la Constitución, no es “recaudador en jefe” o “regulador en jefe”- es Comandante en Jefe.
Cada candidato presidencial debe estar preparado para ejecutar esta tarea. Y cualquiera que aboga por evitarnos los peligros del mundo debe estar preparado para explicar, frente a seis años de evidencia contraria, cómo reducción y retirada conducirán a un mundo más seguro. No lo harán.
Sólo el liderazgo estadounidense traerá seguridad y paz duradera. Estados Unidos lideró valientemente en el siglo pasado -desde Truman a Kennedy a Reagan. Y debido a nuestro liderazgo, ese siglo se convirtió en un siglo americano.
Después de la Segunda Guerra Mundial, el Papa Pío XII lo observó al anotar: “Estados Unidos tiene un genio para grandes y desinteresados hechos. En manos de América Dios ha puesto el destino de una humanidad afligida”.
Creo que Estados Unidos todavía tiene ese genio. Creo que la humanidad sigue estando afligida, y que su destino sigue en nuestras manos. Y creo que Estados Unidos continuará avanzando en la causa de la paz y la libertad en nuestro tiempo.
Porque lo haremos, Estados Unidos seguirá siendo seguro y fuerte.
Y porque lo haremos, el siglo XXI será otro siglo americano.
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